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Jun 24, 2013
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Tiempos de cambio para la humanidad

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Tiempos de cambio para la humanidad

Muchas personas en todo el mundo sienten la necesidad del cambio. Desean ese cambio. Escriben por ese cambio. Denuncian los pecados del sistema que está colapsando a velocidad de vértigo. Y todos intentamos aportar algo. Pero en el fondo todos estamos atrapados en el remolino que arrastra hacia abajo. Aquí, lo verdaderamente difícil es ver otro sistema. Y las únicas posibilidades que se presentan como propuestas -no nos engañemos- requieren la elevación espiritual del ser humano para ser viables. Pero, ¿podemos convertirnos de la noche a la mañana en seres completamente amorosos y entregados? ¿Podemos tras milenios de cultivar el individualismo, el egoísmo y la codicia conducirnos como seres filantrópicos? Sin duda, llegaremos, pero con tiempo. Pero sí debemos, podemos y nos convertiremos, por las buenas u obligados por las circunstancias, en seres responsables y racionales. Hemos desarrollado hasta el paroxismo la conciencia de individuos, de entes aislados. Ahora nuestro futuro pasa por desarrollar la conciencia de colectivo. Este es el paso real. Gracias al colapso deberemos aprender a empatizar. Y la empatía no existe sin un interés verdadero por el prójimo. Y ese interés, a fin de cuentas, es amor.
 

 
 
Corren tiempos de transformación y profunda revolución. A estas alturas, no creo que exista un ser humano que pueda imaginar nuestro futuro colectivo a tan solo diez años vista. La humanidad, presa de una aceleración de la que parece haber perdido el control, se encamina hacia un futuro incierto. Esta vez, no se trata de superar una crisis. La sensación de abismo y vértigo, de incertidumbre y miedo, vienen por la percepción, en muchos casos inconsciente, del hundimiento del sistema político y económico mundial -no sólo económico-. La hipotética solución al colosal colapso que estamos viviendo pasa por cambiar de sistema. El problema es que casi nadie es capaz de ver en su mente una alternativa real, sólida, coherente y adecuada a nuestros deseos. Eso es lo más trágico. En materia política y económica, ya ha sido probado todo con grandes fracasos. No importa la forma de gobierno ni la fórmula que se elija. Todo ha fracasado. Y de esa certeza se origina la sensación de vacío que sentimos. Cambiar, sí. Pero ¿hacia qué? y ¿cómo?
 
 
 
Muchas personas en todo el mundo sienten la necesidad del cambio. Desean ese cambio. Escriben por ese cambio. Denuncian los pecados del sistema que está colapsando a velocidad de vértigo. Y todos intentamos aportar algo. Pero en el fondo todos estamos atrapados en el remolino que arrastra hacia abajo. Aquí, lo verdaderamente difícil es ver otro sistema. Y las únicas posibilidades que se presentan como propuestas -no nos engañemos- requieren la elevación espiritual del ser humano para ser viables. Pero, ¿podemos convertirnos de la noche a la mañana en seres completamente amorosos y entregados? ¿Podemos tras milenios de cultivar el individualismo, el egoísmo y la codicia conducirnos como seres filantrópicos? Sin duda, llegaremos, pero con tiempo. Pero sí debemos, podemos y nos convertiremos, por las buenas u obligados por las circunstancias, en seres responsables y racionales. Hemos desarrollado hasta el paroxismo la conciencia de individuos, de entes aislados. Ahora nuestro futuro pasa por desarrollar la conciencia de colectivo. Este es el paso real. Gracias al colapso deberemos aprender a empatizar. Y la empatía no existe sin un interés verdadero por el prójimo. Y ese interés, a fin de cuentas, es amor.
 
Llegará un momento en que tocaremos fondo y ahí nos necesitaremos todos, los unos a los otros. Ya no se podrá comprar todo. Habrá que pedirlo y también habrá que dar. Y los que quedarán afuera del próximo sistema serán quienes no sepan pedir y no sepan dar. Porque lo que no se haga de corazón no servirá.
 
 
 
Tal vez no seamos capaces de vislumbrar cómo hacer el cambio, pero hay algo de lo que sí podemos estar seguros: el tiempo de caída y colapso terminará. El sistema cambiará y vendrá otro mejor. Es posible que el camino que nos queda por delante sea duro. Las catarsis suelen antecederse a poderosos resurgimientos, pero son traumáticas y dolorosas en ocasiones. Sobre todo, cuando no se está dispuesto a soltar. Pero también es posible que abramos la conciencia y el cambio se produzca en armonía.
 
En cuanto a qué podemos hacer para propiciar la transformación, es un asunto complejo. Denunciar los pecados del sistema actual y abrir la comprensión y divulgar el conocimiento son acciones que se están llevando a cabo con mayor fuerza cada día. Pero el paso concreto de la creación es el más difícil. ¿Cómo pasar al plano real proyectos e iniciativas sincronizadas con el tiempo que se avecina? ¿Cómo hacerlo en un mundo que todavía impide con su estructura social, política y económica cualquier movimiento que no entre dentro de un sistema que se reduce a fin de cuentas a comprar-vender y en cuya cúspide se sienta el dinero en su todopoderoso trono? Ciertamente, hasta que el dinero no colapse por sí mismo y se convierta en papel inútil, la liberación es difícil y la puesta en marcha de proyectos alternativos también lo es.
 
Me gustaría presentar una fórmula para comenzar a funcionar al margen de este sistema que agoniza. Pero no la tengo. Pero sí hay algo que podría ayudar: juntarnos, encontrarnos, hablar… Tal vez de ahí surja lo inesperado. Re-unirse es un paso en sí mismo. Salgan o no propuestas que se puedan llevar a cabo, siempre se conseguirá una concentración de energía.
 
En nuestro deseo de materializar opciones alternativas al Sistema, Víctor Brossa y yo “soñamos” Región Solar. Un lugar en el que poder coincidir con muchos otros. Porque sabemos que sólo participando muchos se originará otra forma de hacer, otro sistema. Y si se organizan miles de otros lugares y todos convergemos en una imagen muy parecida, más cerca estaremos de consumar la transformación que no sólo deseamos, sino que intuimos con certeza.
 
 
 
En mi caso particular, escribir una novela como Duna es contribuir directa y conscientemente a esta finalidad de cambio y transformación. Porque en el fondo, lo que en verdad me impulsó a escribir Duna es alcanzar a ver en la realidad las transformaciones que laten en el interior de la trama. Sé que me refiero a un caso muy concreto, el Sáhara Occidental, pero tengo la firme convicción de que los cambios generales se deben dar a partir de muchos casos concretos. Aunque estos puedan parecer desligados del resto, en verdad, no lo están. Todo es parte de todo. Como los individuos somos parte de la comunidad y las células son parte de nuestro organismo.
 
En una consulta al I ching en que preguntaba qué era esta novela, el libro de las Mutaciones me respondió con el hexagrama 48: el pozo de agua. Sólo alcanzaremos una buena organización estatal o social si descendemos hasta los fundamentos de la vida. Sólo lograremos formarnos como hombres individuales nobles si recurrimos a la fuente inagotable de la naturaleza divina de la esencia humana. Si en verdad toqué esa esencia espiritual con esta novela doy por cumplido con creces mi objetivo. Lo que vaya a suceder después ya no está en mis manos porque no depende exclusivamente de mi y de mi voluntad, sino de lo que queramos muchos. Pero soñar que la gente sencilla podríamos conseguir corregir una situación injusta a pesar de tener en contra los poderes gobernantes es contribuir a asentar los cimientos y los principios que generarán un nuevo sistema mucho más acorde con aquello que deseamos de corazón.
 
Corren tiempos de cambio para la humanidad. Otro mundo comienza a emerger. Millones de personas lo esperamos y caminamos hacia él.
 
 
 
Autor: Germán Martín Rais
Article Categories:
Relaciones humanas
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