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May 25, 2012
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Cine, comedia y familia

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“Pequeña Miss Sunshine” es una comedia de carretera sobre una familia americana que rompe cualquier molde. La película presenta a una de las familias más desestructuradas de la historia reciente del cine: los Hoover, cuyo viaje a un concurso de belleza preadolescente no sólo provoca un cómico caos, sino también muerte y transformación, echando un conmovedor vistazo a las sorprendentes recompensas de ser un perdedor dentro de una cultura obsesionada con la victoria.
 

 
 
Seamos sintéticos: Pequeña Miss Sunshine es una joya que ha pasado un poco desapercibida; pero es una joya. En un mundo donde la imaginación (sobre sí, sobre el otro, sobre las cosas) se vuelve pretensión, y a la postre desengaño, la película de Jonathan Dayton y Valerie Faris se presenta como un  auténtico viaje catárquico, un tránsito hacia la verdad que cambia la vida. Y lo hace a partir de algo no muy común en cine: una familia. Más: una familia desestructurada que acaba viviendo una unidad.
En efecto, los Hoover son una aparente familia tradicional americana no muy tradicional. Toda la imagen pública y formal no es sino un disimulo de una profunda escisión entre los distintos miembros de la familia. Parece que no hay nada en común, ni que pueda haber ninguna propuesta que les una. El abuelo esnifa cocaína en una regresiva adolescencia, el padre imparte cursos de éxito personal que son siempre un auténtico fracaso, la mujer pretende disfrazar el drama y llegar a todos los sitios sin dar abasto en ninguno, su hermano es un homosexual suicida fracasado que se queja de no ser reconocido como el gran experto en Proust que piensa ser, el hijo del matrimonio es un adolescente autista que ha hecho voto de silencio leyendo precisamente Así habló Zaratrusta, y Olive (su hermana) es una cría fatibomba que quiere convertirse en la nueva belleza de Estados Unidos (la pequeña Miss Sunshine). En resumen: nada de familia tradicional, aunque sí sea una familia prototípica.
En este sentido, la familia de los Hoover es una familia paradigmática en un mundo como el nuestro, en un mundo sin propuesta, en el que cada cual tiene ya la imagen que le conviene de cómo deben ser las cosas. En algo así, es imposible ser familia, crecer en ninguna relación, ni que el pacto se convierta en fingimiento. La película parte así de una premisa: la diplomacia no permite crecer en la propia vocación, en el compromiso con el significado con la vida. Será el imprevisto lo que hará emerger el drama encubierto y en el fondo la pregunta por la propia vida.
Así es: Olive es llamada de imprevisto a participar en el concurso Pequeña Miss Sunshine. La convocatoria vuelca la cotidiana vida familiar: dada la situación no es posible dejar a ningún miembro solo en casa. Es en ese momento cuando la película empieza a ser una auténtica y disparatada road movie, una comedia dramática de carretera, hacia un lugar concreto: aparentemente, el éxito de la niña. Los Hoover tendrán que subirse y hacer vida durante días en esa vieja y destartalada furgoneta Volkswagen, escenario donde descubrirán sus verdaderos rostros. 
En esta película de formación de personajes, no hay protagonista principal, no hay manolita gafotas que convierta la cinta en un film infantil y dulzón. Al contrario, el protagonista principal es la familia entera en sus dramas y dificultades, en un viaje catártico hacia el descubrimiento de su propio yo. Así, la película no cae en la comedia fácil y graciosa, sino que pone delante el drama, y lo cómico que hay en él, sobre todo cuando pone en evidencia el absurdo de la imaginación, del sueño de una obsesión basada en la propia victoria. Veremos el drama en acto, como el dolor es peldaño necesario para descubrir la auténtica condición humana: una impotencia estructural que pide a gritos un afecto inesperado que le salve. 
Es esta, pues, una historia de transformación, de purificación de las propias metafísicas. Ni la muerte, ni el fracaso, ni la separación, ni la fealdad quedan escondidas, al contrario se afrontan partiendo de una intuición basada en el afecto aparentemente formal. La cinta muestra cómo hay que viajar, sin ahorros, al fondo de las razones de la propia vocación. La película muestra que es imposible llegar a ese afecto esperado, a esa unidad vocacional, sin un trabajo educativo, sin partir de lo real, sin dejar vencer el propio esquema o cálculo. Así, se ve, uno tras otro, como será la realidad que educará al otro a ser aquello que es, a pesar de que haga lo que haga. De este modo, iremos viendo como el abrazo del otro será una auténtica conversión de todos (abrazante y abrazado), una verdadera epifanía de lo humano. Las miserias no cambiarán, ni se solucionarán; porque el quid humano no está en el cambio de las circunstancias, sino en el cumplimiento de nuestro yo. Tanto la solución presentada en la final del concurso de belleza como esa carretera que se aleja hacia un hogar y hacia un destino son testigos de una esperanza que vive en la carne, lejos de aspiraciones e imágenes fatuas de lo que no existe.
Josep M. Sucarrats – 15-02-2007
Fuente : http://www.narracine.com/modules.php?name=News&file=article&sid=201
 
Article Categories:
Artes visuales y escénicas
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