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Nov 28, 2011
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Pitágoras, su vida, su enseñanza

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En el siglo VI antes de nuestra era surgen grandes reformadores en distintos lugares del planeta, difundiendo doctrinas similares. No es casualidad este hecho, sus misiones tienen un objetivo común. Estas corrientes espirituales que son captadas por la humanidad proceden de un mundo divino que no es percibido por nosotros, y del cual los genios y profetas son testigos y ejecutores.

Tal es el caso de Pitágoras, matemático y filósofo del siglo VI a. de C., quien en Crotona, antigua Italia llamada Magna Grecia, creó la escuela pitagórica, en un intento de realizar una iniciación laica. Su existencia fue posteriormente cuestionada, sin embargo existen antecedentes suficientes para demostrarla. Al igual que la de Orfeo, ella está revestida de mito y de historia. Lo esencial de su pensamiento se encuentra en escritores de la antigua Grecia, en especial en Platón, donde su Timeo contiene la cosmogonía de Pitágoras.

El aspecto general de Grecia había cambiado, comenzando a decaer. Para que el pensamiento de Orfeo pudiese vivir y florecer en todo su esplendor se necesitaba que la ciencia de sus templos pasase a los laicos, a los legisladores civiles, a escuelas de poetas bajo la dirección de los filósofos. Estos sintieron que la enseñanza debía tener dos doctrinas, una pública y otra secreta, que expusieran la misma verdad pero bajo formas diferentes apropiadas al desarrollo de sus discípulos.

Este nuevo enfoque dio a Grecia tres siglos de creación artística y de esplendor intelectual. Ella permitió
al pensamiento órfico concentrar toda su luz e irradiarla sobre el mundo entero antes de que su edificio político se derrumbara bajo la dominación de Roma.

La evolución de que hablamos tuvo muchos artífices. Entre ellos se encontraba Pitágoras, alto iniciado, inteligencia soberana, creadora y organizadora. Fue maestro de la Grecia laica, como Orfeo lo fue para la Grecia sacerdotal, tradujo y continuó el pensamiento de su predecesor y lo aplicó a los nuevos tiempos. Pero su traducción fue una creación: coordinó las inspiraciones órficas en un sistema completo de aplicación científica y moral de su enseñanza en su Instituto de Educación.

Su doctrina no fue escrita, se transmitió por medio de signos secretos y bajo formas simbólicas, su acción verdadera se ejercía por medio de la enseñanza oral. Ella se perpetuó por los sobrevivientes que huyeron
de Grecia. En su doctrina se encuentra una reproducción de las enseñanzas esotéricas de la India y de Egipto, desarrollada con claridad y sencillez, dándole un sentimiento más enérgico y una clara idea de la libertad humana.

Pitágoras era hijo de un rico comerciante de joyas de Samos, y nació en Sidón, Fenicia. La Pitias del oráculo de Delfos había augurado a sus futuros padres que les nacería un hijo que será útil a todos los hombres en todos los tiempos. Era hermoso, dulce, moderado, lleno de justicia, con gran pasión intelectual. Sus padres animaron en él esta inclinación por el estudio de la sabiduría. Tuvo contacto con grandes maestros y filósofos jonios de la época, tales como Ferecides de Siros, Tales y Anaximandro en Mileto. Ellos sentían inclinación hacia la mística y afinidad con las filosofías orientales, de ahí su influencia.

Pero no encontró lo que buscaba: la síntesis, la unidad con el gran todo. Intuía que en la síntesis de los tres mundos estaba el secreto del cosmos. En una iluminación instantánea y clara, vio oculta en aquellas líneas geométricas del templo de Delfos la clave del Universo, la ciencia de los números, la ley ternaria que rige la constitución de los seres. En esta visión sagrada vio los mundos moverse según el ritmo y la armonía de los números sagrados. Estos tres mundos: natural, humano y divino se sostenían y determinaban uno a otro. Vio además su vida y su obra futura; pero necesitaba de una ciencia para llevar a cabo tal labor, y no la encontró más que en los templos de Egipto.

Su preparación a la iniciación duró 22 años. Se sometió, a ella con una paciencia y un valor inquebrantables, pues tenía fe en su destino. Allí se formó y se templó, profundizando las matemáticas sagradas, esa ciencia de los números o de los principios universales, que fue el centro de su sistema y que formuló de una manera nueva. Además conoció el poder de la voluntad humana sabiamente ejercitada y fortificada y sus aplicaciones infinitas tanto al cuerpo como al alma. Ambas, tanto la ciencia de los números como el arte de la voluntad son las dos claves de la magia – decían los sacerdotes de Memphis – ellas abren todas las puertas del Universo. Así Pitágoras pudo comprender la involución del espíritu en la materia, y luego su evolución hacia la unidad por medio del desarrollo de la consciencia.

Egipto fue tomado y saqueado por los persas, y Pitágoras fue trasladado con una parte del sacerdocio egipcio a Babilonia, donde existía un conjunto de pueblos, lenguas, cultos y religiones. Así, al llegar a Babilonia encontró tres religiones diferentes codeándose en el alto sacerdocio: los antiguos sacerdotes caldeos, los sobrevivientes del mazdeísmo persa y la flor de la cautividad judía. Pitágoras estudió toda aquellas doctrinas, religiones y cultos.

Sabía más que sus maestros de física. conocía los principios eternos del Universo y sus aplicaciones. En
el templo de Memphis y en el de Bel de Babilonia había aprendido muchos secretos sobre el pasado de las religiones, sobre la historia de los continentes y de las razas. También comparó las ventajas e inconvenientes del monoteísmo judío, el politeísmo griego, el trinitarismo hindú y el dualismo persa. Comprendió que todas las religiones eran rayos de una misma verdad, tamizados por distintos grados de inteligencia y para diferentes estados sociales, y que la síntesis se encontraba en la ciencia esotérica. Decidió volver a Grecia a cumplir su misión y comenzar su obra. Después de 34 años de ausencia regresó
a Samos, encontrando escuelas y templos cerrados porque los poetas y sabios habían huido del cesarismo persa.

Junto a su madre, quien confiaba en su elevada misión, marchó hacia Grecia en pos de una misteriosa y gran obra: despertar el alma dormida de los dioses en los santuarios, devolver la fuerza y prestigio al templo de Apolo y luego fundar una escuela de ciencia y de vida, donde salieran no políticos ni sofistas, sino hombres y mujeres iniciados.

Encontró en el templo de Delfos, consagrado a Apolo, un instrumento maravilloso para su obra. Utilizó el santuario más bien para ilustrar a sus discípulos que para consultar a Apolo, y así poder dirigirlos y preparar el porvenir de Grecia. A través de Pitágoras, Delfos volvió a ser un centro de vida y de acción. Estuvo durante un año instruyendo a los sacerdotes en todos los secretos de su doctrina y también formando a Teodea (sacerdotisa clarividente) para su ministerio.

Es en la ciudad de Crotona, ciudad floreciente de Italia Meridional, donde Pitágoras encontró asilo para su gran escuela de filosofía esotérica conocida por el nombre de Secta Pitagórica, la que se considera como la madre de la escuela platónica y antecesora de todas las escuelas idealistas.

El objetivo de su escuela no era tan sólo enseñar la doctrina esotérica a un círculo de discípulos elegidos, sino también aplicar sus principios a la educación de la juventud y a la vida de estado. Tenía en mente fundar un instituto para la iniciación laica, con la intención de transformar la organización política de las ciudades a imagen de aquel ideal filosófico y religioso.

Produjo en Crotona una verdadera revolución, cautivó a jóvenes y mujeres, admirados al escucharle hablar sobre la virtud y la verdad. El senado de Crotona, o Consejo de los Mil, también aceptó sus ideas adoptando el proyecto del Instituto. Este llegó a ser un colegio de educación, una academia de ciencias y una ciudad modelo, bajo la dirección de ese gran maestro iniciado. Este Instituto fue de una importancia extraordinaria porque significó la síntesis anticipada del helenismo y del cristianismo, insertó la ciencia en la vida y reconoció la verdad viviente en uno mismo.

El ingreso del novicio comenzaba con su entrada al gimnasio pitagórico, donde los jóvenes se ejercitaban en la carrera, en el lanzamiento del disco o ejecutaban combates simulados bajo formas de danzas. Había desterrado la lucha cuerpo a cuerpo por desarrollar el odio y el orgullo, sentimientos que rebajan al individuo. También los novicios podían manifestar abiertamente sus opiniones, mostrando su verdadera naturaleza, de modo que los maestros pudieran observar y leer en el fondo de su alma, formándose una idea clara de sus futuros discípulos. Eran sometidos a pruebas decisivas que eran imitaciones de las iniciaciones egipcias pero menos severas. Los que soportaban los ataques con firmeza, que respondían con palabras justas y espirituales, eran admitidos en el noviciado llamado preparación, que duraba de 2 a 5 años. Los novicios debían someterse a la ley del silencio. Las lecciones que recibían para estudiar debían ser leídas con respeto y meditar sobre ellas ampliamente. Pitágoras deseaba sobre todo desarrollarles la facultad primordial y superior del hombre, la intuición. Para ello no enseñaba cosas misteriosas ni difíciles, sino que comenzaba con los sentimientos, los deberes naturales del hombre y su relación con las leyes universales. Enfatizaba el amor a los padres, asimilando la idea de padre a la de Dios, y la de madre a la naturaleza, y así el hijo debía honrar a ambos por ser representantes de esas grandes divinidades. Fomentaba la amistad, aconsejando que es necesario escoger a los amigos.

Enseñaba que los dioses eran los mismos en todos los pueblos, con diversa apariencia, y que correspondían a las mismas fuerzas divinas en todo el universo. También enseñaba tolerancia para todos los cultos, ya que la unidad de las religiones estaba expresada en la ciencia esotérica. Así, la enseñanza moral preparaba el camino a la enseñanza filosófica.

Les hablaba de una jerarquía de seres superiores que eran guías y protectores, y que servían de intermediarios entre los hombres y la Divinidad, y que para llegar a ellos se debían practicar las virtudes. Enseñaba que los números tenían el secreto de las cosas y que Dios era la armonía universal. A la purificación del alma seguía la del cuerpo, que se obtenía por la higiene y la disciplina. Debían vencer sus pasiones, sin embargo no prescribía una vida célibe, puesto que el matrimonio era considerado como santo.

Posterior a esto, comenzaba la verdadera iniciación. Esta consistía en una exposición completa de la doctrina oculta desde sus principios contenidos en la ciencia de los números hasta la evolución universal.

Pitágoras llamaba matemáticos a sus discípulos, porque su enseñanza comenzaba por la doctrina de los números. Esta matemática sagrada o ciencia de los principios era más trascendente que la matemática profana. El número se consideraba como la virtud intrínseca y activa del Uno supremo, de Dios, fuente de la armonía universal. Con ellos formaba una teogonía o teología racional, constituyendo la síntesis de todas las cosas. Fue el primero en introducir ideas filosóficas en las matemáticas y dio un orden a las ciencias, que no habían tenido antes.

Pitágoras agregaba que la obra de la iniciación consistía en aproximarse al gran Ser, volviéndose tan perfecto como fuese posible, sólo así Dios,descendería en nuestra consciencia. Dios era la sustancia indivisible, que tenía por número la unidad, por nombre el de Padre, de Creador o Eterno Masculino, y por signo el Fuego viviente, símbolo del espíritu, siendo el primer principio.

Decía Pitágoras que la Mónada actuaba como Díada creadora, es decir, Dios manifestándose como una dualidad: esencia invisible y substancia visible, principio masculino activo, animador y principio femenino pasivo, La Díada representaba la unión del Eterno masculino y del Eterno Femenino en Dios. Orfeo hablaba de que Júpiter es el Esposo y Esposa Divinos. Esta idea se refleja en todos los politeísmos, donde intuitivamente han representado a la Divinidad tanto en forma masculina como en forma femenina. En la humanidad, la mujer representaba a la naturaleza, y la imagen perfecta de Dios no era el hombre solo, sino ambos.

Enseñaba la ley del ternario o tríada o Ley de Tres, donde la Mónada representaba la esencia de Dios, la Díada su facultad generadora y reproductiva, generando el mundo; pero este mundo real también era triple: mundo natural, mundo humano y mundo divino. Igualmente el hombre se componía de tres elementos diferentes pero fundidos uno en el otro: cuerpo, alma y espíritu. Esta ley se encontraba en todos los grados de la escala de la vida, formando la piedra angular de la ciencia esotérica. Pitágoras le concedía una suprema importancia y todos los grandes iniciados han tenido consciencia de ello. El oráculo de Zoroastro decía: el número tres reina en el Universo y la Mónada es su principio. El mérito de Pitágoras está en haberlo formulado con la claridad del genio griego. Hizo de ello el centro de su teogonía y el fundamento de las ciencias.

El hombre alcanza su unidad sólo de una manera relativa. La diversidad de religiones proviene de este hecho. En tanto, Dios realiza en todo instante la unidad de los tres mundos en la armonía del universo. Así Pitágoras iba mucho más lejos en la enseñanza de los números, Decía que los principios esenciales estaban contenidos en los cuatro primeros números, porque adicionándolos o multiplicándolos se encontraban todos los demás. De igual manera la infinita variedad de los seres que componían el universo se debía a las posibles combinaciones de las tres fuerzas primordiales, materia, alma, espíritu, bajo el impulso creador de la Unidad Divina.

Pitágoras concédía gran importancia al número siete y al diez. El siete era 3+4, la unión del hombre (4) con la divinidad (3), representando la ley de la evolución. El diez era el número perfecto por excelencia, incluía todos los principios de la divinidad evolucionados y reunidos en una nueva unidad.

Después de haber recibido los principios de la ciencia, donde la ciencia de los números era sólo el preámbulo de la gran iniciación, se introducía al novicio en la cosmogonía y en la psicología esotérica.

Pitágoras consideraba al Universo como un ser vivo, animado por una gran alma y una gran inteligencia. La cosmogonía era el conocimiento de los movimientos de los planetas, del Sol, y de las estrellas. Todos estos cuerpos celestes eran sistemas gobernados por las mismas leyes de nuestro sistema solar y cada uno ocupaba su rango en el inmenso Universo. Sabía también que cada uno de esos mundos constituía un pequeño universo, que tenía su correspondencia con el mundo espiritual; pero estas nociones no eran divulgadas a la masa. Sólo se enseñaban bajo el sello del más profundo secreto. Las almas, reinos, especies de este mundo venían de Dios, descendían del Padre, es decir, emanaban de un orden espiritual inmutable y superior, así como también de una evolución material anterior, es decir, de un sistema solar extinguido.

Les hablaba de cuatro estados graduados de la materia, elementos de que estaban formados todos los seres y sistemas. El primero, el más denso, era el más refractario al espíritu, y el último, el más refinado, era el más afín con él. La tierra representaba el estado sólido, el agua el líquido, el aire el gaseoso, el fuego el estado imponderable o magma. Existía un quinto elemento, el etérico, que representaba un estado sutil de la materia dotado de penetración universal. Era el fluido cósmico, la luz astral, el alma del mundo.

La Doctrina esotérica explicaba la aparición del reino animal y vegetal sobre la tierra, y también la del hombre, como almas encarnadas en ciertas épocas y que debían evolucionar. Pitágoras conocía la existencia de los antiguos continentes y de las diversas razas, por ejemplo, la Cuarta Raza y su gran civilización llamada Atlante por los griegos, y admitía que la humanidad había atravesado por seis diluvios. Cada ciclo interdiluviano traía el desarrollo de una gran raza humana con sus correspondientes cumbres y decadencias y en las que las facultades humanas tenían una evolución ascendente. Pero esto
no bastaba para explicar el problema del alma, hacia dónde iba?, y es así como Pitágoras iba desde la Cosmogonía física a la Cosmogonía espiritual. Después de la evolución en la tierra pasaba a la evolución del alma. Esta doctrina es conocida como Transmigración de las almas.

Esta alma humana forma parte de la gran alma del mundo, del espíritu divino, siendo una mónada inmortal. Para llegar a ser lo que es, necesita atravesar todos los reinos de la naturaleza, toda la escala de los seres, desenvolviéndose por una serie de existencias. El alma o psiquis se encuentra enlazada en el cuerpo, no vive sin él, sin embargo no es él, a medida que se desarrolla, crece su espíritu. Explica la triple naturaleza del hombre, su cuerpo, su alma, su espíritu. Ella, el alma, busca en vano la felicidad y la verdad en las sensaciones, en los pensamientos y en el mundo con su espejismo. La doctrina esotérica explica más ampliamente la evolución del alma según las leyes de la evolución universal. Según ésta, el alma es un doble etéreo del cuerpo que contiene su espíritu inmortal, por lo tanto, este espíritu a imagen de Dios se vale del alma con forma humana.

En la proximidad de la muerte, el alma presiente su separación del cuerpo. Una vez ocurrida, ella se escapa liberada, y se siente arrebatada hacia la luz espiritual a que pertenece. Esto sucede si es que ella había despertado a sus sentidos espirituales. No sucede lo mismo con el hombre ordinario. El alma pasa a una fase intermedia, que puede prolongarse por mucho tiempo, en la que debe purificarse antes de seguir su viaje, Tiene distintos nombres según las religiones o mitologías: Moisés la llama Hores, Orfeo el Erebo, el cristianismo el Purgatorio. Luego es conducida por un guía hacia donde se encuentran otras almas semejantes a ella. En la medida de su esfuerzo terrestre y de la luz adquirida será la duración de esta vida celeste. Sólo pueden prolongarla los más sublimes, los más perfectos. Las otras almas son conducidas a reencarnarse para una nueva prueba y así poder ascender un escalón más. Sin embargo, no han perdido su origen divino. Despiertan sobre una atmósfera densa – la tierra – borrada la consciencia divina. El niño ha nacido, el recuerdo de vidas anteriores quedará en las profundidades ocultas del inconsciente. Este recuerdo revivirá sólo por medio del dolor, la ciencia, el amor o la muerte. A través de la encarnación y de
la desencarnación se descubre el verdadero sentido de la vida y de la muerte. Es la evolución del alma y el objetivo de su inmortalidad. El nacimiento terrestre es una muerte desde el punto de vista espiritual, y la muerte una resurrección celeste.

Las vidas continúan, no se parecen, pero siguen una lógica. Cada una tiene su destino y están regidas por una ley: Ley de Repercusión de Vidas o Karma, según los brahmanes y los budistas. Según ella, las acciones de una vida tienen su repercusión en la vida siguiente. Según Pitágoras, las injusticias, las deformidades, tanto las miserias como la fortuna, tenían su explicación en que cada existencia era la recompensa o castigo de la precedente. Así el alma podía ascender o descender en la serie de vidas. Después de tantas vidas y muertes, cuando la psiquis o alma hubiera vencido a la materia, cuando asimilando sus facultades espirituales hubiera encontrado en sí misma el principio y fin de todas las cosas, entonces no necesitaría de la encarnación y entraría en un estado divino. Para Pitágoras, la apoteosis del hombre no era la inmersión en la inconsciencia, sino la actividad creadora en la suprema consciencia, así el alma llegaba a ser espíritu puro.

Pitágoras pedía al discípulo que hiciera la obra en la práctica de la vida, y para alcanzarla debía reunir tres perfecciones: realizar la verdad en la inteligencia, la virtud en el alma y la pureza en el cuerpo. Logradas estas perfecciones, el hombre pasaba a ser un adepto, sus sentidos internos se abrían y podía adquirir facultades y poderes nuevos.

Según el grado de evolución espiritual alcanzado por el hombre, Pitágoras los clasificaba en cuatro tipos, con subdivisiones y distintos matices. Los Instintivos, aptos para los trabajos corporales, para el ejercicio y desarrollo en el mundo físico. Los Anímicos o Pasionales, que eran los artistas, hombres de letras, poetas y hombres de guerra, que vivían en las ideas modificadas por las pasiones. Los Intelectuales, formados por verdaderos poetas, filósofos y sabios, los que según Pitágoras y Platón deberían gobernar a la humanidad. En ellos las pasiones estaban subordinadas a la inteligencia. Y el más alto ideal humano, el que poseía el poder de la inteligencia sobre el alma y el instinto y el de la voluntad sobre todo su ser, era el Adepto o gran Iniciado (Cuarta Iniciación).

Pitágoras, como adepto, había entendido los principios eternos que rigen a la sociedad, y pretendía establecer una gran reforma para ella. Como parte de su enseñanza, estaba el comprender la verdad que se manifiesta a través de la unión del hombre y la mujer en el matrimonio. Para ello se necesitaba de mujeres con una iniciación especial: este concepto se entendía y se practicaba muy bien en la antigüedad. Se les enseñaba la ciencia de la vida conyugal y el arte de la maternidad y pasaba a ser una sacerdotisa de la familia. Entendían que la concepción de un hijo tenía un sentido sagrado porque era un alma encarnada que traía una esencia divina. De esta manera, las enseñanzas de Pitágoras, que comenzaban con el concepto
de trinidad divina, terminaba en el centro de la vida por la trinidad humana. En el Padre, la Madre y el Hijo,
el iniciado debía ahora conocer al Espíritu, al Alma y al Universo, y así desarrollar la base para efectuar una función social.

Pitágoras usó la música para relacionarse en la sociedad que fundó. La música servía para educar a sus seguidores y purificar sus facultades psíquicas. La veía como la unión entre el cosmos y el hombre. El cosmos era para él una vasta relación armónica hecha de pequeñas relaciones sucesivas que, cuando se juntaban, formaban la armonía cósmica audible sólo para iniciados como él. La música no era considerada diversión, ya que era el centro del culto de los dioses. En la educación era usada como enseñanza moral, puesto que actuaba como freno de las partes físicas y agresivas del alma. Su instrumento favorito era la lira. Purificaba las mentes de sus discípulos más próximos, y todos los trastornos psíquicos y traumas del día eran disipados por sus singulares armonías y melodías. También preparó a sus seguidores para la liberación del alma, imitaba la música de las esferas cósmicas con la lira y con la voz, con el fin de prepararlos para la muerte. La música, por lo tanto, tuvo una influencia predominante en la rutina diaria de sus discípulos, como también en la educación al llamar la atención sobre los sonidos y las bellas formas.
La terapia musical de Pitágoras no sólo se limitaba a sus discípulos, sino también consideraba que la música contribuía en gran manera a curar si se usaba en forma apropiada, y llamaba a esta práctica medicina musical. También revolucionó la medicina antigua al concebir la salud, tanto psíquica como física, como una armonía. La salud, armonía de los componentes del cuerpo, o humores, se convirtió en el principio fundamental de la medicina hipocrática, de modo que Pitágoras con su énfasis en la armonía se anticipó al pensamiento de Hipócrates.

Alrededor de los 60 años, Pitágoras, cuya dedicación eran sus discípulos, la Escuela y el porvenir del mundo, encontró una compañera de alma, Theano. Junto a ella estampó el sello de realización a su obra, procreando dos hijos. Su familia representó un modelo para sus seguidores.

La intervención de Pitágoras en relación al Estado era la de crear un poder científico por sobre el poder politico, semejante al sacerdocio egipcio, y así introducir el principio de la iniciación en el gobierno. Pitágoras no estuvo mezclado en política, muchos hechos y discursos suyos tenían repercusiones políticas, pero no era ese su motivo principal. La sociedad que fundó en Italia ciertamente influyó en los acontecimientos políticos, pero su enseñanza era esencialmente mística y apolítica. El y sus seguidores eran amantes de la libertad, llenaron las ciudades italianas con el espíritu de la libertad y las salvaron de la opresión de los tiranos.

Teniendo 90 años, su obra fue seriamente atacada, terminando en la muerte de Pitágoras junto a un grupo de pitagóricos cercados e incendiados por el pueblo. Sus discípulos fueron arrojados de Italia, dispersándose las palabras del maestro. Con el tiempo los pitagóricos volvieron a Italia con el compromiso de no formar un cuerpo político. La Orden, considerándose como una familia, subsistió alrededor de 250 años, pero sus ideas viven hasta nuestros días.

Su trabajo fue inmenso. Para Grecia significó una influencia regeneradora manifestada en los templos. Dio a Delfos una ciencia adivinatoria, autoridad a los sacerdotes y una pitonisa modelo, por lo que Delfos llegó a ser un centro moral para los griegos. También cabe destacar su influencia en la filosofía, la que fue de síntesis, de unidad, de armonía.

Pitágoras fue un gran iniciado que poseyó la vista del espíritu, la clave de las ciencias ocultas y del mundo espiritual, con lo que pudo expresar la unión de la ciencia, la moral y la religión manifestada en su doctrina esotérica.

 

Fuente:  http://alcione.cl/wp2/?p=422

Article Categories:
Filosofía
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