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Jul 4, 2011
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Miedo, por Gustavo Ponce

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La semana pasada nos juntamos un grupo de amigos a conversar. Hablamos de todo. En la conversación surgió el tema del miedo y en especial el miedo a la muerte. Cuando a alguien se le anuncia que le quedan meses o unos pocos años de vida, normalmente se dice que la reacción de pánico le lleva a modificar drásticamente sus hábitos y a querer hacer cosas que con las que sólo soñó.

Lo cierto, y a mí me tocó vivirlo dos veces, es que no dan ganas de hacer nada. Uno simplemente no está de humor y si uno ha llevado una vida auténtica y hecho lo que a uno le gusta hacer, tiende a aceptar lo inevitable procurando sacar el mayor provecho del tiempo que queda ayudando también a los demás, teniendo naturalmente incorporado en el ADN algo de altruismo.

Cuando no hay salida ni escapatoria posible, cuando la situación es tan grave como en el caso de ciertas enfermedades, o cuando el asesino va camino a la horca, es posible que en los últimos momentos le sobrevenga un estado de profunda paz en la que simplemente desaparece el ego y la muerte se acepte conscientemente como la otra cara de la vida.
En la reunión con mis amigos les hablé de una OBE (Out of Body Experience) que tuve hace algunos años en la que también sentí una profunda paz (imposible de describir en palabras).

Es un cuento un poco largo, por lo que solo diré que cuando me volvieron a llevar en la mitad de la noche al quirófano para tratar de contener la hemorragia que me estaba ahogando después de una desastrosa operación que había tenido en la mañana del día anterior, vencido por el cansancio, la desesperación y la falta de alimentos, se me produjo una hipotermia y junto con ella todos mis signos vitales se extinguieron. Estaba clínicamente muerto. Pero, ocurrió algo extraordinario: comencé a abandonar el cuerpo, o mejor dicho mi cuerpo astral salió del cuerpo físico.

Los médicos mientras tanto se afanaban en tratar de revivirme usando ese aparato con el que a uno de dan golpes eléctricos en el pecho. Todo lo podía ver y escuchar con una nitidez asombrosa. Nunca tuve menos miedo, paz y tranquilidad que en ese momento. Me había desapegado y des-identificado por completo de mi cuerpo y mente. La sensación de tiempo había desaparecido por completo, pero estaba tan plenamente consciente como nunca lo estuve antes o he vuelto a estarlo. Disfrutaba de una visión completa, circular. Podía ver en todas las direcciones al mismo tiempo. Fue lo que los gringos llaman, “a neardeath experience”, que como dije antes, fue una experiencia extraordinaria de paz.

Para todos, enfrentarse a la realidad de la muerte es tan impactante que muchos sentimos cierta envidia de aquellos que lo hacen con fe religiosa pues cuentan con una ventaja frente a los que no la tienen. El creyente moribundo atravesará una puerta de entrada, mientras que el resto de los humanos verán en la muerte sólo una puerta de salida. A menos que uno esté completamente consciente de la vida no puede llegar a comprender en qué consiste. Sabemos que el vino se pone agrio y las rosas se marchitan. No hay nada que hacer. Así es la vida.

Hablamos también de aquellas personas que toman la vida en sus manos y la terminan por voluntad propia con una calculada frialdad y sin un rasgo de locura. Simplemente ya no desean seguir viviendo o desean morir por algo, por una causa. Recuerdo el caso de un gran amigo danés, bastante mayor que yo. Lo tenía todo y lo había hecho todo: un gran industrial, una linda familia, muchos amigos que lo querían. Lo único que le faltaba era salud, y sin salud nada se puede disfrutar. Un día sin decirle nada a nadie, y habiendo ordenado y atado todos los cabos sueltos, se fue a su refugio en la montaña en su jeep especialmente acondicionado para su silla de ruedas.

Escribió una nota en la que se despedía y dejaba ciertas instrucciones y luego tomó una sobredosis de barbitúricos. Se necesita coraje para hacer esto. Pero más coraje se necesita para hacer lo que hizo el tres veces candidato al Premio Nobel,YukioMishima… Yo estaba en Japón en ese momento. Vi el drama durante varios días en la TV y en la prensa. Causó conmoción nacional e internacional. Fue increíble. Mishima como se puede leer en muchos de sus libros, tenía una gran fascinación por la muerte.

Aunque ni siquiera hizo el servicio militar por sufrir de tuberculosis, ni haber participado en la guerra, en su ensayo “En defensa de la cultura” defiende a ultranza la figura del Emperador y aboga por los valores tradicionales de la cultura japonesa pues para él, Japón estaba sumido en una profunda decadencia moral y espiritual. El 25 de Noviembre de 1970 junto con un grupo de seguidores, vestido con un fastuoso uniforme que él mismo diseñó, entró en un cuartel del ejército y tras un discurso a los soldados que estaban ahí se abrió el uniforme dejando su abdomen al descubierto y con su daga se cortó de lado a lado el vientre. Las tripas cayeron mientras se arrodillaba para que su compañero procediera a decapitarlo como era la costumbre entre los samuráis. El amigo sólo consiguió decapitarlo al tercer intento. Había cometido un “Seppuku” tradicional.

En el tercer Sutra del segundo capítulo, Patanjali nos recuerda que los obstáculos para el desarrollo espiritual son cinco: la falta de visión, el ego excesivo, el deseo, la aversión y el miedo a la muerte. En el noveno Sutra del mismo capítulo nos explica porqué es un obstáculo. El instinto de supervivencia nos fue dado para estimularnos y animarnos a luchar, a ingeniárnosla cara al peligro. Es de nacimiento, está arraigado porque la sobrevivencia de la raza depende de la sobrevivencia del individuo. No es una cuestión de preferencias. Es justamente esta obstinación, este testarudo querer aferrarse a la vida lo que puede ser un obstáculo. Llegará el momento en que es mejor para nosotros morirnos y en ese momento el instinto puede ser una enorme barrera, pues mientras más viejos nos ponemos más profundas son las raíces que le crecen.

El instinto de supervivencia o el miedo a la muerte afecta por igual al no educado como al erudito. La educación, el estudio, la religión o la filosofía no lo pueden hacer desaparecer. Algunos escapan como vimos arriba a su dominación simplemente porque tienen una gran aversión a la vida, lo que resulta en suicidio. Otros escapan gracias a la profundidad de su devoción: en su intenso deseo de obtener los frutos de la vida en el más allá, están felices de morir. Y todavía otros escapan a su dominación por medio de un desapego supremo. Estos son los Yoguis perfectos que se pueden erguir sobre la felicidad que la vida les puede ofrecer y lo que ella representa.

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Relaciones humanas
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