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Abr 7, 2020
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En 1854, el presidente de Estados Unidos quiso comprar el territorio de los indios Suwamish. Esta es la respuesta que recibió del jefe Seattle…

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Poesía y política son esferas opuestas del saber humano. Cada una de ellas orbita en torno a problemas que, si bien pueden en ocasiones permearse, pertenecen a ámbitos esencialmente separados.

La poesía, en su devenir histórico, ha estado frecuentemente tentada de ofrecer su cuerpo evanescente a la refriega bélica, sacrificando su substancia al bien común y desecándose en solar inhóspito de las ideologías.

Es muy posible, como afirmó alguna vez Octavio Paz, que ningún poeta haya visto robustecerse su poesía por poner esta al servicio de una idea política. Pero sucede que, a veces, la poesía da muestras de un potencial inusualmente movilizador, y que su fuerza evocadora surte inesperadamente un efecto desestabilizador en las rígidas estructuras del utilitarismo. La carta que aquí ofrecemos es un claro ejemplo de esto.

Sucedió en 1854. El decimocuarto presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, de tendencia esclavista y expansionista, envió una carta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste que hoy forman el estado de Washington. La respuesta del jefe indio no se hizo esperar. Ese mismo año dio un discurso dirigido al gobernador territorial Isaac I. Stevens, conocido hoy como la Respuesta del jefe Seattle.

 


El campamento de Toro Sentado en la Reserva de Standing Rock.
 (Crédito: Archivo Bettmann / Getty Images)

Aunque existen dudas razonables acerca de la fidelidad de la traducción, podemos inferir del tono general de la charla un profundo conocimiento de la vida y del hombre, emanado de las primitivas reservas de sabiduría del corazón humano.

Convertida en la década de los setenta en una suerte de manifiesto del movimiento ecologista, la carta hace hincapié, en un ejemplo de excelsa humildad, en la conexión primordial del hombre con la naturaleza y alerta, de manera casi profética, de las consecuencias inexorables de la actitud occidental frente a esta.

Lo que debía ser una simple respuesta a una oferta de compra, adquirió el carácter de un texto poético que es leído hoy con delectación y estupor por todos aquellos que se acercan a él. Las preocupaciones del jefe indio Seattle continúan siendo nuestras preocupaciones. La nostalgia por el mundo perdido que se revela en sus afirmaciones continúa siendo la nuestra.

 

Sus bellas y estimulantes palabras son todavía una lección por aprender. Disfrutadla, no tiene desperdicio:

“El gran jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestras tierras. El gran jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranzas. Esto es amable de su parte, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestras tierras. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra del gran jefe Seattle, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea es extraña para mi pueblo. Si hasta ahora no somos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada brillante espina de pino, cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto, es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente.

Nosotros sabemos que el hombre blanco no entiende nuestras costumbres. Para él, una porción de tierra es lo mismo que otra, porque él es un extraño que viene en la noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemigo, y cuando él la ha conquistado sigue adelante. Él deja las tumbas de sus padres atrás, y no le importa. Así, las tumbas de sus padres y los derechos de nacimiento de sus hijos son olvidados. Su apetito devorará la tierra y dejará detrás un desierto. La vista de sus ciudades duele a los ojos del hombre piel roja. Pero tal vez es porque el hombre piel roja es un salvaje y no entiende. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades de los hombres blancos. Ningún lugar para escuchar las hojas en la primavera o el zumbido de las alas de los insectos.

 

jefe indio Seattle carta 12

Fotografía de Jonathan Kingston, Nat Geo Image Collection

 

Pero tal vez es porque yo soy un salvaje y no entiendo, y el ruido parece insultarme los oídos. Yo me pregunto: ¿qué queda de la vida si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno, o los argumentos de las ranas alrededor de un lago al atardecer? El indio prefiere el suave sonido del viento cabalgando sobre la superficie de un lago, y el olor del mismo viento lavado por la lluvia del mediodía o impregnado por la fragancia de los pinos. El aire es valioso para el piel roja. Porque todas las cosas comparten la misma respiración, las bestias, los árboles y el hombre. El hombre blanco parece que no notara el aire que respira. Como un hombre que está muriendo durante muchos días, él es indiferente a su pestilencia.

Si yo decido aceptar, pondré una condición: el hombre blanco deberá tratar a las bestias de esta tierra como hermanos. Yo soy un salvaje y no entiendo ningún otro camino. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco que pasaba en el tren y los mataba por deporte. Yo soy un salvaje y no entiendo como el ferrocarril puede ser más importante que los búfalos que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad espiritual, porque cualquier cosa que le pase a los animales también le pasa al hombre. Todas las cosas está relacionadas. Todo lo que hiere a la tierra, herirá también a los hijos de la tierra. Nuestros hijos han visto a sus padres humillados en la derrota. Nuestros guerreros han sentido la vergüenza. Y después de la derrota convierten sus días en tristezas y ensucian sus cuerpos con comidas y bebidas fuertes.

 


La única foto existente del Jefe Seattle. (Museum of History & Industry de EE.UU.)

 

Importa muy poco el lugar donde pasemos el resto de nuestros días. No quedan muchos. Unas pocas horas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los hijos de las grandes tribus que una vez existieron sobre esta tierra o que anduvieron en pequeñas bandas por los bosques, quedarán para lamentarse ante las tumbas de una gente que un día fue poderosa y tan llena de esperanza.

Una cosa sabemos nosotros y el hombre blanco puede un día descubrirla: Nuestro Dios es el mismo Dios. Usted puede pensar ahora que usted es dueño de él, así como usted desea hacerse dueño de nuestra tierra. Pero usted no puede. Él es el Dios del hombre y su compasión es igual para el hombre blanco que para el piel roja. Esta tierra es preciosa para él, y hacerle daño a la tierra es amontonar desprecio al su creador.

Los blancos también pasarán, tal vez más rápidos que otras tribus. Continúe ensuciando su cama y algún día terminará durmiendo sobre su propio desperdicio. Cuando los búfalos sean todos sacrificados, y los caballos salvajes amansados todos, y los secretos rincones de los bosques se llenen con el olor de muchos hombres ( y las vistas de las montañas se llenes de esposas habladoras), ¿dónde estará el matorral? Desaparecido. ¿Dónde estará el águila? Desaparecida. Es decir, adiós a lo que crece, adiós a lo veloz, adiós a la caza. Será el fin de la vida y el comienzo de la supervivencia.

 

“La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra.”
– Jefe Seattle

 

Nosotros tal vez lo entenderíamos si supiéramos lo que el hombre blanco sueña, qué esperanzas les describe a sus niños en las noches largas del invierno, con qué visiones le queman su mente para que ellos puedan desear el mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros, y porque están escondidos, nosotros iremos por nuestro propio camino. Si nosotros aceptamos, será para asegurar la reserva que nos han prometido. Allí tal vez podamos vivir los pocos días que nos quedan, como es nuestro deseo.

Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra y su memoria sea solamente la sombra de una nube cruzando la pradera, estas costas y estas praderas aún contendrán los espíritus de mi gente; porque ellos aman esta tierra como el recién nacido ama el latido del corazón de su madre. Si nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos amado. Cuídenla, como nosotros la hemos cuidado. Retengan en sus mentes la memoria de la tierra tal y como se la entregamos. Y con todas sus fuerzas, con todas sus ganas, consérvenla para sus hijos, ámenla así como Dios nos ama a todos. Una cosa sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes, esta tierra es preciosa para él. Y el hombre blanco no puede estar excluido de un destino común.”

—Noah Seathl, Jefe de la Tribu Suwamisu. SEATTLE (EE. UU.)—

 

 

Fuente: https://culturainquieta.com/

 

Article Categories:
Filosofía
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