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Abr 12, 2013
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El diálogo interno

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El diálogo interno

Francisco Alcoholado 
En las tradiciones filosóficas de Oriente y en las enseñanzas de Don Juan Matus descritas por Carlos Castaneda, se utiliza con frecuencia el término “diálogo interno”.
El diálogo interno se refiere a esa eterna conversación que mantenemos con nosotros mismos, día tras día, una especie de monólogo desde donde revisitamos el pasado, fantaseamos del futuro, seguimos conversando con nuestro jefe y le decimos lo que nos callamos, nos culpamos, describimos y opinamos. Nos hablamos constantemente acerca de nuestro mundo y, de esa manera, lo definimos y lo achicamos, sosteniendo la realidad con este discurso.
La mente sirve y mucho. Pero también es una trampa. Vivimos también en un espacio y una realidad psíquica interna. Está el afuera y está el adentro. Y pasamos harto rato con nosotros mismos. Que éste sea entonces de la mejor calidad y podamos desarrollar un swicth donde uno prenda y apague la radio.

 
De camino a su monasterio, dos monjes budistas se encontraron con una hermosa mujer en la orilla de un caudaloso río. Ella no podía cruzar, así que uno de los monjes se la echó a la espalda y la pasó a la otra orilla.
El otro monje estaba absolutamente escandalizado y durante dos horas le estuvo censurando por romper la Sagrada Regla de que los monjes no pueden tocar a una mujer.
El acusado escuchó pacientemente el sermón hasta que le dijo:
-Yo dejé a esa mujer en la ribera del río hace 2 horas, y ¿eres tú quien la carga ahora?
En las tradiciones filosóficas de Oriente y en las enseñanzas de Don Juan Matus descritas por Carlos Castaneda, se utiliza con frecuencia el término “diálogo interno”.
El diálogo interno se refiere a esa eterna conversación que mantenemos con nosotros mismos, día tras día, una especie de monólogo desde donde revisitamos el pasado, fantaseamos del futuro, seguimos conversando con nuestro jefe y le decimos lo que nos callamos, nos culpamos, describimos y opinamos. Nos hablamos constantemente acerca de nuestro mundo y, de esa manera, lo definimos y lo achicamos, sosteniendo la realidad con este discurso.
El diálogo interno comienza en la temprana infancia con la educación que entregan los padres y luego el play-group, el jardín y el colegio harán el resto. Ellos nos definen las cosas. Por ejemplo, la mesa es para comer. Pero el niño ve en la mesa un castillo, un dragón de cuatro patas contra quien luchar, o una estructura de juego de plaza para escalar, aunque los adultos le insistan: ¡la mesa es para sentarse a comer! Esa avalancha de definiciones va de a poco empequeñeciendo la vastedad de posibilidades del universo.
Dice Castaneda: “Nos hablamos incesantemente a nosotros mismos acerca de nuestro mundo. De hecho mantenemos nuestro mundo con nuestro diálogo interno y cuando dejamos de hablarnos sobre nosotros mismos y nuestro mundo, el mundo es siempre como debería ser. Con nuestro diálogo interno lo renovamos, lo encendemos de vida, lo sostenemos. No solo eso, sino que también escogemos nuestros caminos al hablarnos a nosotros mismos. De allí que repitamos las mismas elecciones una y otra vez hasta el día en que morimos, porque continuamos repitiendo el mismo diálogo interno una y otra vez hasta el preciso momento de la muerte. Un guerrero es consciente de ello y lucha por detener su diálogo interno.”
 
 
La meditación tiene por objeto entrenar la mente a parar y disminuir esa agotadora cháchara. Es inevitable y forma parte de la vida, pero hay diálogos internos neuróticos, obsesivos, en los que la persona se da vuelta en 2 o 3 conceptos, y mastica culpas como un rumiante, se da vueltas en la víctima o en los sueños de poder, llora su destino, la falta de dinero, la soledad, la gordura, ese amor perdido, etc. Lo que menos le faltan a la mente son temas.
El monje budista que critica está anclado a una idea, a un prejuicio, y desde ahí observa y define el mundo. El monje que ayuda a la mujer a cruzar el río toma lo que viene y luego lo suelta, abierto, sin guardarse complejos, errores o dogmas, y sigue adelante en silencio, atento a la realidad.
Meditar se refiere no solo a ponerse en posición de loto en el suelo e intentar parar el flujo de pensamientos. Ese es el estereotipo. Meditamos cuando hacemos una sola cosa, y todo lo demás desaparece: si lavo platos, lavo platos; si camino, camino, y si escribo, escribo. Es concentrarse en lo que uno hace y fundirse en esa acción. El yo se extingue.
Es común ver a un sujeto manejando su auto y, al mismo tiempo, hablando por celular y escuchando música y conversando con el que va al lado. El colmo es la musiquita que le ponen a uno en el teléfono cuando lo dejan en espera, como si nos fuese a dar un ataque de pánico por esperar en silencio unos segundos; o los gimnasios donde uno hace bicicleta estática ¡y además ve TV! El deporte, el ejercicio, ya de por sí bajan el diálogo interno, pero la modernidad y el sistema no quieren que nadie se acuerde de mirar ni tome conciencia. ¡No vaya a ser que despierten y se rebelen y dejen de pagar el dividendo y la CMR!
Las personas vivencian el silencio cuando se van por unos días a un lugar retirado, y las primeras 48-72 horas están inquietas y ansiosas. Falta el jingle de la tele, los problemas, el ruido blanco de fondo de la mente que a uno le mantiene ocupado. Como al cuarto día en medio de la naturaleza, los procesos mentales se van acallando y el ruidito interno disminuye. Algunos no lo soportan y salen arrancando.
Durante 4 años viví en unas montañas al interior de Bahía, en Brasil, en un Parque Nacional llamado A Chapada Diamantina, donde no había luz ni teléfono, se llegaba por un largo y serpenteante camino de tierra, y el hospital más cercano estaba a 100 kms. Arribaban algunos turistas, les daba la pálida, y se marchaban a las 24 horas. Rapidinho.
Las “plantas de poder” o sustancias enteógenas (que despiertan el dios interior) -léase LSD, ayahuasca, hongos mágicos, peyote-, tienen el poder de parar de inmediato el diálogo interno. La persona se queda calladita de una, y ahora mira el mundo sin ningún barullo en la cabeza, como si fuese la primera vez, como mira la realidad un niño de 2 años.
Muchas personas caminan mirando hacia abajo o con la vista perdida pues están muy ocupadas “dialogando consigo mismas”.
A veces, cuando salgo con mi hija a caminar y pasear, tenemos un juego: sólo vamos a conversar de aquello que se nos cruce en el camino. La realidad, el aquí y el ahora nos va a poner el tema. Nada de que tengo un cumpleaños la semana que viene y de qué me pongo, o que a la Luli le fue mal en matemáticas o que la profesora de inglés es una pesada (hay otras instancias para eso). Es hacer lo contrario de aquellos que caminan por el borde del mar y van pensando en la pega, o cómo su madre les destruyó la vida.
Saltar afuera de la cabeza cuando se cruza la obsesión, mantenerse leyendo siempre, el ejercicio, el yoga, la meditación, aprender a desenchufarse, el deporte, el arte, cualquier actividad que exija concentración total, el ajedrez, los videojuegos, los juegos de mesa, la danza, son herramientas para mantener a este motorcito a bajas revoluciones y proporcionarle una salida creativa.
La mente sirve y mucho. Pero también es una trampa. Vivimos también en un espacio y una realidad psíquica interna. Está el afuera y está el adentro. Y pasamos harto rato con nosotros mismos. Que éste sea entonces de la mejor calidad y podamos desarrollar un swicth donde uno prenda y apague la radio.
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Desarrollo Personal
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