Existe otra noción fundamental en el ámbito de la convivencia humana. Esta es la noción de transformación, noción que tiene un carácter muy diferente a la de crecimiento. La noción de crecimiento evoca un proceso intrínsecamente desbordante ya que no muestra desde sí ninguna dinámica relacional que incluya en ella una presencia sistémica que lo detenga. Al revés, la noción de transformación contiene, en la evocación de lo que hace, la atención a la dinámica relacional de su carácter sistémico como un proceso de cambio en torno a algo fundamental que no cambia sino que se conserva a través de los cambios.
La noción de crecimiento oculta como, algo obsceno, a las preguntas, ¿hasta cuándo? y ¿qué queremos que crezca, y cuánto? Interrogantes éstas que a su vez evocan en otros las preguntas, ¿cómo, duda Ud. del valor del crecimiento? ¿No quiere Ud. que crezcamos? Dejándonos en la tarea de buscar alguna argumentación racional que explique nuestra duda de manera objetiva.
Lo fundamental en la noción de transformación es lo que se conserva, y lo que se conserva le da sentido a lo que cambia. La noción de transformación, por lo tanto, trae consigo las preguntas ¿qué es lo que se quiere conservar? y sobre todo, ¿qué queremos conservar? Lo que nos deja de inmediato frente a la tarea de declarar nuestros deseos haciéndonos responsables de ellos.
¿Hasta cuanto queremos crecer? ¿Qué queremos conservar? Lo central de cualquier proceso de cambio, sea éste de crecimiento o transformación es lo que se conserva a través de él, pues en cualquier caso lo que se conserva define lo que puede o no puede cambiar sin destruir lo que se quiere conservar.
En general cuando hablamos de los problemas de pobreza, de educación, de salud o de trabajo en nuestro país, o en cualquier país, pensamos que se trata de problemas que se resuelven con crecimiento productivo y económico como si su naturaleza fuese lineal constituidos por situaciones de causa y efecto, aunque sabemos que no es así. El hecho es que rara vez nos detenemos a pensar y actuar responsablemente conscientes de que estos problemas se resolverán sólo si estamos dispuestos a aceptar que su naturaleza sistémica-sistémica nos pide a voces que nos orientemos a generar una transformación coherente de muchas dimensiones operacionales-relacionales de la realización de nuestro convivir social-cultural en torno a la conservación del modo de vivir y convivir ético y democrático que queremos, o decimos que querríamos vivir en nuestro país. El vivir-convivir ético-democrático como un convivir en el que estamos siempre dispuestos a corregir nuestros errores en la realización de ese propósito es una obra de arte que sólo existe en su continua realización si se la vive como una continua realización cotidiana de convivencia social-cultural.
Humberto Maturana Romesín